Por fin, lo que todos los críticos andaban buscando. Un criterio (birlado a las matemáticas) para valorar la calidad literaria.

Leí hace unos días dos libros de Alpha Decay, Trilobites, de Breece D’J Pancake y En época de monstruos y catástrofes de Camille de Toledo. Los dos me gustaron, uno más que otro. Me pongo a pensar por qué me gusta uno más que el otro y me lleno de dudas. Estoy seguro de que hace veinte o diez años mi elección habría sido la contraria. Me habría decantado por el libro de de Toledo porque parece más arriesgado y más desestructurado y su temática es más moderna y todo eso. Pero hoy, a cinco de abril de 2012, me decanto por la obra de Pancake. Creo que las preferencias (de todo tipo y, en particular, las literarias) tienen que ver con eso que en probabilidad se llama la ley de los grandes números. La ley de los grandes números dice que si un experimento aleatorio se repite infinitas veces la probabilidad de que ocurra un suceso (a posteriori) coincide con la probabilidad teórica (a priori). Dicho a la pata la llana, lo que dice esta ley es que las posibilidades se reparten equitativamente a lo largo del tiempo y que las malas (o buenas) rachas se acaban compensando con sus respectivas buenas (o malas) rachas. La ley de los grandes números certifica que el universo es justo, que no está trucado, que todo lo que sube baja y viceversa, que una cosmología es siempre un juego de suma cero. Lo malo es que las malas rachas pueden durar mucho tiempo y que tal vez la mudanza no nos pille vivos para verla y disfrutarla. La ley de los grandes números es así, justa y conservadora, como la mayoría del Constitucional, si descartamos el truco de las cuotas políticas. Qué le vamos a hacer si así es como funciona el universo y la ontología.

Y qué tiene que ver todo esto con los gustos literarios, se preguntará más de uno, y no sin razón. Me explico. Después de muchos años leyendo y escribiendo tengo una cosa clarísima, una certeza a la que soy fiel más que nada porque no tengo otras con las que engañarla. Y esta certeza tiene que ver con que un libro es tanto más perfecto cuanto más se acerca al vacío, que reconozco que es una frase enigmática bajo la cual puede camuflarse cualquier cosa, para empezar la ignorancia. Me sigo explicando. Llamo vacío precisamente al objetivo que pretende el tiempo, que es compensar unos entes con otros (algo de lo que ya habló Anaximandro) para que al final solo quede la insignificancia que es el estado natural de las cosas, algo que produce en el lector un efecto de melancolía y de satisfacción al mismo tiempo y, propter hoc, de haber comprendido no el engranaje, sino el eje alrededor del cual gira el universo.

Un buen texto sería así la metáfora de una ecuación como la siguiente:

1-1=0

pero con muchos términos que parecen sumarse o restarse y en realidad acaban compensándose y donde esos términos son paisajes y psiques y acciones y modos de hacer y pensar. Y creo firmemente que detrás del libro de Pancake, al otro lado del signo de igualdad, hay un cero perfecto y hermoso, mientras que el libro de Camille no lo consigue; que, pese a todos sus méritos, En época de monstruos y catástrofes es un texto trucado de modo que si uno lo abre por una página al azar casi siempre sale el mismo número. O a lo mejor todo esto que digo es una tontería y una coartada discursiva para justificar que me hago mayor. Cualquiera sabe.

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