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PALOMARES: La catástrofe nuclear española censurada

 

«Nadie pudo saber de la catástrofe. Nadie puso de manifiesto sus consecuencias locales, ni sus significados globales. Murieron personas y animales, y surgieron enfermedades hasta entonces desconocidas. Pero la censura del estado español fue completa, al igual que en la destrucción total de la ciudad de Guernica por la Luftwaffe germánica. Esta censura ha seguido vigente hasta el día de hoy.»

 

Tríptico Palomares, de Jorge Castillo

 

 

Por Eduardo Subirats

 

“El arte destruye el silencio”

Dmitri Shostakovich

 

 

El 17 de enero de 1966 dos aviones de la U. S. Air Force, uno de los temidos bombarderos B-52 y su avión nodriza, chocaron en una operación rutinaria de abastecimiento de combustible sobre el territorio soberano español. Acto seguido se precipitaron en las inmediaciones del pueblo andaluz de Palomares. Con ellos se desprendieron cuatro bombas de hidrógeno. Dos de ellas se rompieron en tierra, esparciendo uranio y plutonio a lo ancho de una superficie de varios kilómetros cuadrados. Las otros dos cayeron en el mar. Las autoridades políticas españolas, el ejército nacional y la guardia civil cerraron inmediatamente el acceso de la zona afectada y sitiaron a su población, mientras el aparato del estado y sus monopolios de comunicación abrieron una campaña mediática para desmentir los acontecimientos y sus trágicas consecuencias ecológicas y humanas.

 

Nadie pudo saber de la catástrofe. Nadie puso de manifiesto sus consecuencias locales, ni sus significados globales. Murieron personas y animales, y surgieron enfermedades hasta entonces desconocidas. Pero la censura del estado español fue completa, al igual que en la destrucción total de la ciudad de Guernica por la Luftwaffe germánica. Esta censura ha seguido vigente hasta el día hoy.

 

Solamente una intelectual española, Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, pudo romper el silencio oficial en torno a aquel incidente, organizar por cuenta propia a la población de pescadores y campesinos locales en defensa de sus derechos, y llamar la atención internacional sobre el chantaje nuclear universal que sobrevuela permanentemente nuestra existencia. Fue condenada a más de veinte años de cárcel por el aparato jurídico español. Su memoria Palomares, que describe los acontecimientos y las acciones de una administración política subalterna y corrupta, así como las acciones desesperadas de la población afectada, fueron censuradas bajo el franquismo y el postfranquismo.[1]

 

En 1967 Jorge Castillo terminó el tríptico Palomares en su exilio de Boissano. Su formato de tres por seis metros emulaba al Guernica de Picasso y la memoria del genocidio del pueblo vasco. Era, además, un desafío a las estrategias nucleares de la Guerra fría. En 1968 Palomares fue exhibido en el Documenta de Kassel. A raíz de esta muestra René d´Harmoncourt, en aquellos años director del Museum of Modern Art de Nueva York, propuso su adquisición al consejo asesor del museo. Dicho consejo aceptó comprar la obra. Pero no sin condiciones. Debía eliminarse la silueta del bombardero en la parte superior del panel izquierdo del tríptico. Los curadores la consideraban una inadmisible regresión realista con respecto a los lenguajes abstractos museográficamente sancionados. Castillo no aceptó la advertencia.

 

Poco después el pintor recibió una propuesta del Museum für Moderne Kunst de Köln. Este centro estaba dispuesto a adquirir y mostrar el tríptico en su colección permanente. Pero Jan Krugier, el marchante suizo de Castillo, se negó a vender Palomares a dicho museo porque, en su opinión, la culpa alemana del genocidio judío no facultaba a sus instituciones culturales la condena del holocausto nuclear que esta obra rememoraba.

 

En su lugar, Krugier vendió el tríptico a un coleccionista español, amante de su ex-esposa, que durante cuatro décadas lo mantuvo encerrado en un almacén de Genève. Palomares fue adquirido en los años noventa por una institución bancaria de Galicia que asimismo la preservó del acceso al público. La crítica artística y la museografía españolas han guardado un cómplice silencio en torno a la obra de Castillo hasta el día de hoy. Lo mantendrán indefinidamente, como lo han hecho con Don Julián de Juan Goytisolo, con los Desastres de Goya, o con los escritos reformistas de Blanco White, entre muchos otros hitos de la cultura reformista ibérica.

 

En 2016 un equipo de curadores alemanes, belgas y rusos trataron de rescatar el tríptico de su olvido y mostrarlo en la exposición Art in Europe, en Bruselas, Karlsruhe y Moscú. Tras una investigación infructuosa dieron el tríptico por extraviado o destruido. En 2017 Ludwig Forum Aachen pidió la obra para la exposición Flashes of the Future: the ‘68’ Generation al banco gallego que lo había adquirido. Solo después de que el propio Castillo interviniera personalmente éste cedió la obra, pero a un precio que el museo alemán no podía pagar.

 

El 30 de noviembre de 2017 el tríptico Palomares se exhibió en el Museo de Arte de Pontevedra. Era la primera vez que esta obra se mostraba en un espacio público español. Sus propietarios, sin embargo, obligaron mutilar el presente relato de las vicisitudes de Palomares al pie de la obra bajo la amenaza de retirarla del museo y no cederla al museo Aachen.

 

El arte moderno de la postguerra ha asumido el postulado antiartístico de Adorno: „Después de Auschwitz escribir un poema es un acto de barbarie”. En un comentario sobre su Séptima Sinfonía, dedicada al millón de habitantes sacrificados durante el asedio militar alemán de Leningrado e, indirectamente, a los treinta millones de ciudadanos rusos masacrados durante la invasión de la Unión Soviética, Dmitri Shostakovich había formulado la tesis contraria: “El arte destruye el silencio”.

 

Allí donde la obra de arte no acepta el postulado antiestético postmoderno, allí donde destruye efectivamente el silencio, allí también está expuesta a su eliminación violenta y su censura. La historia del arte del siglo veinte cuenta con grandes ejemplos: la destrucción de Man at the Crossroads, el mural que Ribera había realizado para el Rockefeller Center, la desaparición de Deutschland ein Wintermärchen de Georg Grosz, o la censura política de la que ha sido y es objeto a lo largo de cinco décadas el tríptico Palomares de Jorge Castillo.

 

Post Data: En marzo de 2018 el tríptico Palomares debía de exponerse en el Ludwig Forum für Internationale Kunst Aachen. El precio que A Banca gallega, propietario legal del óleo, pedía por el traslado de la obra, no podía pagarlo el museo alemán y no se exhibió en la muestra Flashes of the Future. Die Kunst der 68er oder die Macht der Ohnmächtigen, aunque sí se reprodujo en su catálogo.

 

Eduardo Subirats

 

[1] Publicado póstumamente en: Eduardo Subirats, La era de Palomares (Barcelona: Editorial Viejo Topo, 2011).

 

 

El pintor Jorge Castillo

 

 

 

 

 

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