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Neurocentrismo ilustrado

Publicado en 5 marzo, 2017 por en Reseñas

 

La naturaleza de la conciencia es uno de los grandes misterios de la ciencia moderna. Desde la irrupción de la psicología y de la exploración por imágenes, tanto el estudio de nuestro comportamiento como el de nuestro cerebro han revolucionado grandes áreas no sólo de la ciencia, sino también de la política. Es por todos sabido que detrás del acto de observar cómo piensa el cerebro –y por tanto, los ciudadanos- se esconde lo que Christoph Kucklick resume como “revolución del control”: la posibilidad de vigilancia de la sociedad y de los consumidores: “Ahora ya no seremos únicamente explotados, sino también individual y precisamente interpretados”. Pero ¿puede la ciencia explicar aquello que nos hace humanos?, ¿es el espíritu una serie de procesos biológicos, química y fisiológicamente medible?

Explica el médico británico Raymond Tallis que los actuales desaciertos conceptuales de la humanidad sobre sí misma se debe en parte a que existe un número cada vez mayor de personas aquejadas de neuromanía: creen que para conocerse mejor deben aprender sobre el sistema nervioso central, otro tanto puede decirse de aquellos que, complementando esta visión, tratan de explicar el comportamiento humano como consecuencia de nuestro profundo pasado biológico, esta darwinitis social intenta convencernos de que el comportamiento humano típico se puede entender mejor, o al menos en parte, reconstruyendo su ventaja adaptativa para la supervivencia en la competencia entre especies en nuestro planeta. El neurocentrismo es una combinación de neuromanía y darwinitis, en cuanto convicción de que solo nos podemos entender como criaturas espirituales si se explora el cerebro teniendo en cuenta su historia evolutiva.[1]

Hay algo en la conciencia que se convierte en trampa de ella misma, escribía Wiltold Gombrowicz en sus diarios. Sobre esas trampas o enigmas que surgen a medida que interrogamos sobre la naturaleza del espíritu y la conciencia humana, se ocupa el libro, “Yo no soy mi cerebro. Filosofía de la mente para el siglo XXI (Pasado & Presente, 2016), del prestigioso filósofo alemán, Markus Gabriel, quien se propone “abrir de una manera comprensible –basándose en ideas antiguas- nuevas perspectivas que cuestionen las exigencias de nuestra época de dar sustento científico a la imagen humana”.  Es decir, toma como principio rehusar la corriente principal de la filosofía naturalista actual, la cual asume que todo lo que hay, todo lo que existe, es material y se puede investigar en última instancia científicamente[2].

¿Existe una realidad inmaterial? ¿Dónde viven los pensamientos, los sentimientos, las matemáticas…? “La idea de que la neurociencia puede mostrarnos la imagen de un pensamiento es errónea”, explica Gabriel, quien denuncia un embrutecimiento a causa de una exacerbada “cerebralización”, una suerte de fiebre funcionalista que se ha dado en el devenir de la historia de la intelectualización y se sustenta en falacias muy difundidas.

 Abandonando la idea de que hay que elegir entre una cosmovisión científica y otra religiosa -“ya que ambas están equivocadas, en principio”- y denunciando la existencia de una cierta forma de ilusión y un retroceso notable en el autoconocimiento que debemos censurar como ideología, Markus Gabriel desarrolla el concepto de libertad intelectual y lo defiende de los programas de reducción y eliminación que quieren convencernos de que no disponemos ni de libertad ni de espíritu y que, como en el transhumanismo y poshumanismo, postulan que lo humano ha llegado a su fin. En lugar de lo que el filósofo denomina mitificaciones intelectuales evasivas o “golem teóricos”, plantea que es en el campo del mejoramiento de la sociedad, en el orden moral y jurídico, donde  se nos impone la urgente tarea de defender la libertad de nuestra conciencia, el espíritu inefable que nos hace humanos.-

 

 

[1] Markus Gabriel, Yo no soy mi cerebro  p. 34

[2] Ibid, p 14

(Reseña publicada previamente en la revista Buensalvaje #9)

 
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1 Comentario  comments 

Una respuesta

  1. julian Solano Bentes

    Muy interesante. Somos las «relaciones» que tenmos y mantenemos con nuestro entorno fisico-bológico y nuestro entorno psico-cultural. El espíritu es el TODO del que somos parte y que nos define y al cual definimos -como gotas en el mar -. Lo físico es un plano de ese Todo, pero no lo agota. La red de la que somos parte tiene «energías» y relaciones más allá de lo específicamente neuronal y biológico.
    Tratare de adquirir el libro que suena interesante.

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