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Entrevista a Antonio Escohotado: «Jamás viví del cuento, ni del paro»

Publicado en 14 abril, 2015 por en Entrevistas

El pensamiento de Antonio Escohotado rehúsa toda clasificación. Cualquier decir preciso sobre él se vuelve inexacto. Impaciente por destruir mitos, o por crearlos, la energía de su análisis es presa de una lucha permanente contra el conformismo. Sus especulaciones, incapaces de sedimentarse en la trivialidad,  son llamaradas que instigan la reflexión, pues sobre nuestras certidumbres gusta mezclar lo inaudito con la evidencia, fertilizando un repliegue hacia la duda. Consciente de su singularidad, pareciera muchas veces abandonar el rigor academicista para asumir el de chaman o psicopompo, y generar polémica con el único objeto de hacer saltar los resortes que nos sujetan

Tuve la oportunidad de escucharle en la Casa Gerald Brenan, de Churriana, Málaga, con motivo de la conferencia que diera en torno al tema ‘Empresarios y empleados’, y a las premisas de su último libro, ‘Enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad’ (Espasa-Calpe 2008 y 2013) -del que se han publicado dos tomos y se espera un tercero-. A raíz de las dudas que se encendieron mientras le escuchaba, y con ánimo de acercarme a su visión del presente contraponiendo algunas de sus premisas históricas en torno al comunismo con su enérgica defensa de las teorías liberalistas, surge la idea de esta entrevista:

Ana March: De las pequeñas tragedias cotidianas del pensamiento, ¿qué desgracia intelectual es la que mayor rechazo le produce?   

 

Antonio Escohotado: La falta de honestidad por lo que respecta al estudio. No solo hablar sin informarse, sino autocensurar la información cuando no coincide con los prejuicios propios.

A.M: Estamos condenados a la limitación interpretativa. Todo modelo con el que nos explicamos la realidad, e inclusive la historia, es en definitiva un simulacro ideológico de representación en el que las certezas no deberían prosperar, al menos no de forma inmediata. ¿Bajo qué rigor evita sortear los propios prejuicios y dogmatismos a la hora de emprender una tarea tan compleja como historiar moralmente la propiedad? ¿Piensa usted contra usted mismo?

 

A.E: -Si ir cambiando de idea a cada paso, por el contraste que impone la diferencia entre lo supuesto y lo puesto ante los ojos, quizá pienso contra mí mismo. Por lo demás, Google e instituciones adyacentes como Wikipedia han trastornado todo cuanto era el trabajo del historiador. Ahora hasta lo más complejo se resuelve con paciencia y apertura a la realidad.

A.M: Políticamente reconoce ser defensor de los destinos minúsculos, del individualismo metodológico; apoya el dominio y la conquista del Yo. Libertario converso, defiende la “meritocracia” y las bases de la teoría económica marginalista, esa que, afirmándose -entre otros- en el economista liberal Vilfredo Pareto, cree inevitable la desigualdad social, la dominación de las masas por una minoría “selecta”, y la inutilidad de las políticas encaminadas a redistribuir la riqueza: el igualitarismo. Pero usted no se queda ahí, sino que ataca con marcado encono a quienes defienden esas políticas igualitarias tildándolos, entre muchas otras cosas, de “lunáticos”: ¿Qué concesión otorga al papel que juega la tensión subversiva en la construcción de todo cambio? ¿Acaso comprender los mecanismos que nos ahorman exige también asumirlos como inevitables?

 

A.E: -Es curioso comprobar cómo los adheridos a la etiqueta subversión nunca se partieron personalmente la cara en defensa propia o ajena, y cómo el victimismo recluta cada día nuevos pretextos para no comprender la tensión pertinente: aquella que mantienen realidad y libertad.

 

A.M: La historia, según Hegel, es la que nos posibilita la razón filosófica; en ese empeño usted emprende hace trece años una investigación sobre el movimiento comunista, lo cual lo lleva a realizar una revisión general de la historia occidental. Su esfuerzo teórico persigue señalar quiénes, en qué contexto y con qué resultados, han visto el lucro como algo vil e impuro, ahondar en la evidencia moral que acompaña a la noción de propiedad privada. Su investigación lo lleva hasta las comunidades ebionitas y al Sermón de la Montaña, hasta Jesús, donde nos dice, surgen los orígenes del comunismo. ¿Qué gran infortunio arroja aquel día Jesús a nuestra mirada y cómo afecta las relaciones sociales en nuestro presente? ¿Serán las exigencias sociales de una ética de la “igualdad” una prueba de que Dios no ha muerto?

 

A.E: -Algo enrevesada la pregunta. Lo tácticamente magistral en el Sermón de la Montaña es al mismo tiempo lo más repugnante en términos morales: unir a tres grupos heterogéneos de personas –los pobres de espíritu, los pobres materiales y los perseguidos- sin tener la cortesía o franqueza de aclarar que está bendiciendo el resentimiento, y que enriquecernos espiritual o materialmente será sin duda lo más beneficioso para nosotros mismos y para los demás. Nunca se ha dicho algo tan rencoroso, inviable y proclive a la violencia como que los últimos serán los primeros, o –en su versión actualizada- que la ley del progreso social es la guerra civil. Confundiendo maliciosamente castas y clases, la propuesta de establecer una sola clase es puro inmovilismo, quintaesencia del ánimo conservador.    

 

A.M: En Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad, sostiene la idea de que llevamos 2500 años litigando con dos modelos básicos de sociedades: Una,  industrial, comercial o prosaica, y otra, clerical, militar o sublime. La primera, inclinada al lucro, marcada por una fuerte movilidad social e innovación, y próspera en bienes; y la segunda, enemiga de la propiedad privada, tiránica, tendente a evadirse de lo terrenal y marcada por la pobreza y el abotargamiento social…Algunas de las conclusiones a las que usted llega respecto a por qué hoy el capitalismo «triunfa sin convencer», refieren a que es porque no recordamos cómo era la vida hasta hace poco más de dos siglos, por cierta actitud victimista y envidiosa, y por miedo, dado que el capitalismo ha creado un fuerte escenario de innovación. ¿Cree que toda crítica al capitalismo nace de una falta de perspectiva histórica? ¿Es esa desarticulación histórica la que propicia la “conciencia desdichada”, como la denominaba Subirats, del individuo actual?

 

A.E: –La conciencia infeliz es el título de mi primer libro, publicado en 1972, que se centra sobre el desgarramiento de anhelar el más allá combinado con aferrarse al más acá, conflicto típico de los monoteísmos con vocación de imperio mundial. En cuanto al capitalismo, el término es ambiguo porque siempre hubo acumulación de bienes no consumidos de inmediato –eso es “capital”-, si bien antes era el privilegio de emperadores y sujetos análogos. Lo moderno es una progresiva difusión de la propiedad.  

 

A.M: Sus dos modelos sociales recuerdan un poco a la clasificación genérica que hiciera Pareto en su ‘Tratado de sociología general’ sobre la existencia de dos clases de hombres: los zorros y los leones. Los zorros, según este autor, son calculadores, pensadores y materialistas, mientras que los leones son conservadores, idealistas, resuelven por la fuerza y son burocráticos. Este autor considera que un devenir saludable dentro de una élite se da cuando existe un equilibrio en la existencia de ambas tendencias…, y no cuando una desaparece. Si la historia es también acción, transformación, praxis, la “realización objetiva del espíritu”, como la interpretaba Hegel, ¿cree imposible que se genere en el futuro un acontecimiento capaz de crear algo nuevo, que pretenda un equilibrio empírico entre los postulados liberales y aquellos que defiende el igualitarismo? ¿Si se suprimiese toda resistencia no estamos condenándonos al “infierno de lo igual” del que habla Byung-Chul Han, y a la uniformidad y la monotonía?

 

A.E: -Lo ameno nunca formó parte del programa igualitarista, y hay infiernos mucho más temibles que el aburrimiento. Pero, sobre todo, parece no tomar en cuenta que el derecho a disentir fue introducido siempre por los liberales. ¿Qué equilibrio puede haber entre quienes se someten al sufragio universal secreto y quienes lo prohíben? Alegando ser un criterio entre otros, cada golpe de estado comunista impuso un régimen de partido único, donde el mercado de bienes y servicios se ve sustituido por el de personas, sujetas como dijo Lenin a un reclutamiento industrial indiscernible del militar. ¿No le parece que es como sentarse para una partida de cartas, y hacer trampa sin parar? 

 

A.M: En Los enemigos del comercio mantiene que las sociedades y propuestas políticas que a lo largo de la historia han intentado limitar el desarrollo comercial resultan del derivado de una postura mesiánica que encuentra en la propiedad privada un enemigo. Para ejemplificar voy a volver al concepto de zorros y leones: usted sostendría algo así como que los “idealistas leones” poseen cierta envidia de los “pragmáticos y astutos zorros”, ya que los primeros se encuentran especialmente impedidos para crear nada útil, y que es esa envidia y cierto victimismo lo que les impulsa a confinarse como encarnizados enemigos del comercio. ¿No teme caer en reduccionismos especulativos con estas generalizaciones? ¿Cree que el sentido de la trascendencia y el victimismo son responsables directos de la desdicha social del sujeto contemporáneo?

A.E: -Nada me ha repelido más, ya desde mi primer artículo, que el dogmatismo reduccionista. No puedo por eso tenerle miedo a algo que nunca cultivé, y por eso rehacer la historia del movimiento comunista me tomará dos mil páginas en vez de una o dos. En cuanto a “la desdicha social del sujeto contemporáneo” ¿no le parece que su “la” pudiera ser reduccionista? Las fuentes suelen ser plurales.   

 

A.M: Carl Menger, fundador de la escuela austríaca de economía, sostenía que cuanto más elevada es la cultura de un pueblo, y cuanto más profundamente analizan los hombres la verdadera esencia de las cosas y su auténtica naturaleza, mayor es el número de bienes reales y menor el de los imaginarios. ¿Está usted de acuerdo con este pensamiento? ¿Cree que el comunismo, o «pobrismo», es fruto de la ignorancia?

 

A.E: -Todavía no tengo listas mis conclusiones sobre el fenómeno. Antes debo terminar con el relato y asimilación de hechos. Sin embargo, he dicho ya en varios foros que ingredientes manifiestos suyos son el simplismo maniqueo, el tabú de la riqueza como impureza, la explotación del resentimiento y una preferencia por lo irreal. Por ejemplo, suponer que los pobres son menos afectos a la propiedad que los ricos, cosa demostrablemente falsa. 

 

A.M: La mitad de la riqueza está en manos sólo del uno por cierto de la población mundial. Bajo este axioma, ¿superar los ideales éticos sostenidos por los socialistas y dar por inmutables las violentas consecuencias de desigualdad social que acarrea a nivel mundial el capitalismo, aceptar las despiadadas leyes definidas por la economía oficial sin buscar un medio que las modere, no es caer en una falacia naturalista y condenarnos cada vez a más miseria?

A.E: -Usted misma lo propone y remata. “Violentas”, “despiadadas”, “falacia”, ¿no se ha dado cuenta de que mi último libro evita adjetivos y adverbios? ¿Recuerda qué proporción de adjetivos hay por sustantivo y verbo en Marx o Lenin?

 

A.M: Tanto para Vilfredo Pareto como para usted es ineludible a cada sociedad una élite que la gobierne, y que está se encuentre definida y constituida por los mejores representantes de la misma. Esa “meritocracia” como usted la llama, equivaldría a que las escalas sociales se derivan de un logro al mérito. La élite no es hereditaria y, por lo tanto, habrá una circulación de élites, hecho que asegura su buena salud. ¿Creer en la meritocracia es un acto de fe, o efectivamente opina que nos gobiernan los mejores de la especie?

 

A.E: -Nunca he sido paretiano, pero ver en el mérito un acto de fe es tan abusivo como ver en la fe un acto de mérito. Por supuesto, los gobernantes han sido mejores, peores, regulares, etcétera. Pero los gobernantes comunistas no caben dentro del concepto “gobierno”, porque viven de censurar y reprimir las libertades, y son más bien aspirantes a domadores de personas. Su común alergia a la disidencia revela un justificado complejo de inferioridad, y sus recetas han sido invariablemente genocidas, como corresponde a intentar imponer planes eugenésicos a nuestra especie. 

 

A.M: Escribía Umbral en Mortal y Rosa: Batallas, trabajos, sufrimientos. La historia de las enfermedades y la historia de los monumentos. Todo está en el cuerpo de un obrero. Han movido el mundo. Han hilvanado en su pecho desnudo los fríos prehistóricos, las hambres medievales, la esclavitud romana, el esfuerzo gótico, la hoguera cursiva de las revoluciones y la geometría negra de las cárceles. Mira a un obrero.” ¿Qué ve usted cuando mira a un obrero?

 

A.E: -Me veo a mí mismo, que cuando vino la crisis del petróleo de 1973 y los editores dejaron de pagar las traducciones me fui a la lonja de trabajo en Ibiza, y estuve algunas semanas subiendo y bajando estiércol en camiones con ayuda de carretillas. Jamás viví del cuento, ni del paro.

Hasta aquí la entrevista tal y como fue planteada. A continuación, con el beneplácito de Antonio Escohotado, me permito copiar, a modo de epílogo, un fragmento de nuestra conversación privada, dado que ambos hemos concluido en que habían quedado abiertos algunos aspectos, y yo creo que en cierta manera esta parte de nuestro diálogo los completa:

«Por lo demás, al releer la entrevista compruebo qué antipático estoy, con respuestas cortantes y elusiones. Lo atribuyo en buena parte a la condición generacional de cascarrabias, cansado de recordar que el humanismo, el respeto de unos a otros, la compasión y el cuidado están siempre en el lado de quienes ven vida y libertad como sinónimos. Cuando oigo llamar misántropo al liberal ya no reacciono como antes, quizá porque tantos años de estudiar los resultados de tal cosa evocan demasiadas atrocidades, y la distancia estética sucumbe a un ataque combinado de pereza y furia. No niego tampoco que llamarse liberal ha sido un disfraz para conservadores cerriles, sobre todo en Latinoamérica, o para liberales pusilánimes como Guizot o Cánovas, que nunca fueron demócratas. Concebir la libertad política como máxima garantía de seguridad lleva consigo estar abierto por sistema a cambios y, desde luego, a exigir una transparencia del tinglado institucional.  La socialdemocracia, pongamos por caso, es tan liberal -o más- que el Republican Party norteamericano. Siempre que la minoría no sea oprimida, y la mayoría gobierne, la constitución de la libertad estará servida.    

Otro aspecto que quedó en penumbra es la actitud libresca -«el universo, mi biblioteca»-, animada por intelectuales sin vocación de sabiduría o curiosidad propiamente dicha, con la subversión como pose. Pienso en audacias relamidas como las de Bataille, de quien me tocó traducir un par de cosas, o en disparates y obviedades embozados por abusos sintácticos, como los de Lacan o Deleuze, prolongados hasta Žižek y otros aspirantes al estrellato pop. Quizá no acabé de entenderles, y en todo caso pensar la naturaleza como obra de arte me tiene cabreado con bromas como las instalaciones montadas en galerías. Me parece que la belleza depende de amar, y que preferimos el amor al odio por un acto de libre elección. De elegir proviene la elegancia, y con la senectud se afila a veces el gusto por el estudio, una actividad que bien podría resultar progresivamente vital, porque con Internet la edad de la información pasa a ser la edad del conocimiento, sostenida por mucho menos del 1% que según tú concentra la riqueza mundial. Todos son invitados a pasar de la opinión a un dominio del tema, pero a lo mejor un 0,1% decide intentar conocer, mientras que el resto disfruta de las substancias y mercancías disponibles. En esas estamos, con un consumidor abierto a novedades grandes y pequeñas, mientras los Napoleones administran holdings y los Da Vinci investigan subpartículas. La cháchara sobre el pensamiento único pasa por alto que la Red no puede ser descabezada. He ahí un motivo de orgullo y de esperanza.

 

 

antonio_escohotado_0002Antonio Escohotado (Madrid, en 1941) figura entre los 70 pensadores recogidos en el diccionario de pensadores del siglo XX. Se doctoró en Derecho con una tesis sobre Hegel: La conciencia infeliz. Ensayo sobre la filosofía hegeliana de la religión (Revista de Occidente, 1971). Centrado principalmente en la traducción, el ensayo y la investigación, ha explorado multitud de campos del saber, aunque es conocido fuera del ámbito académico por su obra más influyente: ‘Historia general de las drogas’, (Espasa-Calpe, 1999). En filosofía destaca  ‘Caos y orden’ (Premio Espasa de Ensayo, 1999). Ha escrito también, entre otras muchas cuestiones sobre sociología del poder político: ‘Majestades, crímenes y víctimas’, (Anagrama, 1987) y pensamiento económico, ‘Sesenta semanas en el trópico’, (Anagrama, 2003). Su último trabajo, ‘Enemigos del Comercio. Una historia moral de la propiedad’ (Espasa-Calpe tomo I y II), está pendiente de una tercera entrega.

 

 
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4 de respuestas

  1. Raquel Arismendi

    Es un privilegio recibir esta informacion y estoy por ello muy agradecida.

  2. Melmoth

    Me interesa siempre leer lo que este hombre tiene que decir, pero las preguntas de la entrevistadora son tan innecesariamente largas y su discurso pomposo se impone tanto al del entrevistado que he tenido que dejarla a la mitad. Una pena.

  3. Es abrumador, no deja en pie nada. Pero es que tampoco es cuestionable. Si que me pareció un poco borde (como él mismo admite después), es una pena no poder sacarle más del academicismo. Siempre genial, y siempre, contradictorio, pero eso es lo interesante en este hombre imperecedero.

  4. Javier RP

    Dice la entrevistadora «Todo modelo con el que nos explicamos la realidad, e inclusive la historia, es en definitiva un simulacro ideológico de representación en el que las certezas no deberían prosperar, al menos no de forma inmediata». No sé… Por seguir en esta «línea estética» yo añadiría que las formas de la discursividad contemporánea plantean en si mismas ser el obstáculo a superar antes que medios para constituir una interpretación inteligible.

    Si, se podía haber dicho de otra forma. Pues eso.

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